Por Martín Dieser
Una vez más entramos bajo la potente influencia de Capricornio, que aportará, no sólo a quienes tengan el Sol o el Ascendente en él, sino a todos los sensibles a la iniciación, la cualidad que atraerá hacia la luz y permitirá dejar atrás los impedimentos para su libre afluencia.
Es un período propicio para reflexionar sobre el esfuerzo y la naturaleza de la personalidad, sobre los logros mundanos y los espirituales, aunados en la iniciación. Normalmente se cree que la iniciación es alcanzada mediante la disciplina y el trabajo duro en el frente interno, a través de los sacrificios y el firme seguimiento de una meta. Esto es así desde una perspectiva pero no desde otra: bien visto, quien se preocupa por “llegar” es la personalidad, que tiene como uno de sus objetivos principales el consagrarse al alma y a la vida espiritual; esa gran reorientación se afianza mediante la influencia de Sagitario. El alma no se esfuerza de esa manera, el alma es claridad, seguridad, magnetismo, ritmo, pero no esfuerzo; bajo Capricornio es oportuno apercibirse de esa diferencia.
Llegado un punto la personalidad se vuelve un obstáculo, porque su naturaleza misma no es conciencia sino forma; el yo inferior de alguna manera intentará “retener” la energía del alma a fin de seguir elevando su vibración con sutil egoísmo. Una de las lecciones más interesantes que aporta el período regido por Capricornio tiene que ver con la energía vertida mediante Saturno, que rige al signo tanto a nivel de la personalidad como del alma. Saturno limita, conformando el círculo-no-se-pasa (simbolizado por sus famosos anillos) después del cual sólo llega un estado de conciencia superior, y distinto en calidad.
En el primer nivel de regencia, de alcance personal, Saturno permite tomar conciencia de que el gran obstáculo para la iniciación es en realidad el propio yo demasiado sintonizado con los mundos superiores, lo cual es correcto hasta precisamente tener que transponer los portales de conciencia, hacia dimensiones más amplias. Es fructífero entender no sólo intelectual sino también vivencialmente que la personalidad es el Morador en el Umbral, y que necesariamente debe producirse un traspaso de identidad a fin de conectarse con energías más elevadas, un cambio que no desoiga ni soslaye a la personalidad, pero que la ponga en su lugar ante la vastedad del mundo que nos rodea, cuya esencia es encarnada por el alma. La personalidad identificada con lo superior no es lo superior; clave sencilla y compleja a la vez.
Más sutilmente, Saturno también aporta limitación a la personalidad radiante, que ya integrada con el alma debe aprender a silenciarse a fin de dejar espacio a la Mónada.
Este relacionamiento superior nos conduce al tema de la luz, simbolizado por el lema esotérico
“estoy perdido en la luz suprema, y a esa luz doy la espalda”
¿Qué es la luz suprema? ¿Cuál es el tipo de experiencia al que hace referencia el lema esotérico? Curiosamente, cabe realizar dos interpretaciones del “estoy perdido en la luz suprema, y a esa luz doy la espalda”. En principio podría decirse que la entrada en estadios superiores de conciencia implica más desapego pero paralelamente más compromiso, más energía a disposición y un mayor poder condicionante, fruto de una vinculación más estrecha con el Ashrama y el Maestro con cuyas energías se tenga afinidad. Eso hace que la percepción de la luz, lejos de evocar apego a la misma, también revela el grado de sufrimiento y de oscuridad del mundo que rodea al discípulo y así evoca su corazón y su servicio. No se trata de una cuestión afectiva (aunque generalmente también lo es) sino magnética; la percepción de la oscuridad inmediatamente es complementada por la luz, y los discípulos en contacto con el alma son eminentemente los portadores de la Luz y el Amor.
Y desde otro ángulo, la “luz suprema” no es la del alma sino la que algunos autores llaman “la oscura luz”, un punto negro sin dimensión en el espacio ni tiempo, que atrae al discípulo fusionado con el alma y lo impulsa a revelar desde lo más cercano de sí la Vida que está más allá de la luz del alma. A esa luz se termina dando la espalda, porque su Mandato es exteriorizarse y demostrar el Poder de Dios y su Unidad en todos los planos.
Este vínculo entre alma y mónada se enlaza con el misterio del León y el Unicornio referido en el libro Astrología Esotérica, en donde respectivamente se vincula a tales animales con los signos de Leo y Capricornio. Se dice que existe una relación muy especial entre ambos; parte de la respuesta podría estar en que Leo representa a la conciencia en su afianzamiento, mientras que Capricornio es la síntesis de la misma; cuando la mónada se hace presente atraviesa el corazón del León, porque toca directamente a la personalidad, e irrumpe con todo su poder, el poder de la Voluntad de Dios, impeliendo a la forma a la evolución y atravesando la conciencia como el cuerno único, unidireccional y enfocado, del Unicornio, el punto de la Vida Una.
Otro fenómeno interesante de Capricornio tiene que ver con sus rayos: hay varias energías que fluyen a través del signo, aportándole su cualidad terrena y elevada a la vez. Se trata de los rayos 1º, Voluntad o Poder; 3º, Inteligencia Activa; 5º, Mente Concreta y 7º, Orden Ceremonial y Magia.
Se observa que los rayos 3º y 5º son propios de Saturno y Venus, respectivamente, que son los regentes del signo y como analogía sus vehículos de expresión. Por otro lado existe una relación muy especial entre los rayos 1º y 7º; entre ambos conforman el principio y el fin de un ciclo energético, y cuando se combinan crean una conexión directa entre “el cielo y la tierra”, lo cual conlleva una realización sintética y omnicomprensiva del proceso evolutivo, una nota que está más allá de la suma de ellas. Esta cualidad sintética tiene que ver con la iniciación, cualquiera sea la que cada uno tenga por delante, y subjetivamente esa cualidad capricorniana es la que permite esa (siempre relativa) perfección.
Se facilita asimismo un importante trabajo mental gracias al influjo de los rayos 3º y 5º, posibilitando el afianzamiento en el nivel mental (el quinto plano) que es donde mora el alma; el tercer plano es también el átmico, donde mora el vehículo monádico, en una vuelta superior de la espiral. De una forma misteriosa es este conjunto de energías el que permite el aprisionamiento, la muerte y por ende la iniciación.
Es que la iniciación tiene mucho que ver con la muerte, con el dejar atrás dimensiones de la conciencia, trátese de la “oscuridad física”, las emociones o la mente. Es necesario un grado de cristalización que aprisione a la vida interna y permita apercibirse del grado de aislamiento, de separatividad, de debilidad en que se vive, a fin de invocar la energía superior que traerá la liberación de las limitaciones. Ese factor cristalizante tiene mucho que ver con Capricornio.
Valga entonces reflexionar, especialmente en el período de plenilunio pero durante todo el mes, acerca del rol que Capricornio juega en la vida de la humanidad, en la vida del alma; hacer el esfuerzo por ascender a la cima de la montaña y descubrir que en realidad lo que se necesita es un fracaso, a fin de sacudirse las ataduras y dejar a la conciencia mejor alineada entre la cumbre, el caminante y el cielo, o la personalidad, el alma y la mónada, encontrando al Uno siquiera por un instante.
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