Por Martín Dieser
“Como arriba es abajo, como abajo es arriba” reza el axioma oculto, y el Festival de Tauro no es la excepción. Cuando hablamos de Wesak estamos refiriéndonos a un evento de fundamental importancia en la vida de la humanidad y en sobre todo del planeta, porque hacemos referencia al contacto entre tres reinos: Shamballa, el centro donde la Voluntad de Dios es conocida; la Jerarquía espiritual, el reino de las almas; y la raza humana. Si recordamos que la humanidad es la gran responsable de iluminarse para abrir las puertas de la energía espiritual a los reinos animal, vegetal y mineral, comprenderemos que se trata de un momento de unión con amplios efectos espirituales para la evolución interna planetaria.
Pero la vivencia no se acaba allí: Wesak no es un evento abstracto o meramente intelectual, ni sólo un relato interesante lleno de fórmulas complejas; es también una realidad de la conciencia, una fusión entre la mente y el corazón. Veamos algunas analogías que nos pueden iluminar al respecto, siempre considerándolas desde lo grupal y con énfasis en lo subjetivo.
Sabemos por la literatura religiosa y esotérica que, en Wesak, la Jerarquía de Maestros en pleno y Sus colaboradores llevan a cabo un gran acto de invocación de energía espiritual, culminando con la llegada del Buda y una bendición traída desde los planos superiores. La humanidad está representada por los discípulos, y cada persona que lleva una vida espiritual es llamada a ocupar su lugar. Se trata de un gran acto de invocación, a través del cual la Jerarquía facilita el contacto con la energía superior del Buda y produce una síntesis durante un breve instante, resultando en una iluminación cuyos efectos internos se extienden durante largo tiempo.
Existe una clave psicológica para interpretar lo anterior, esto es como el contacto entre la mente (humanidad), el alma (la Jerarquía) y la Mónada o fuego espiritual (el Buda), y su analogía no es sino un sencillo acto de meditación enfocado en el corazón al servicio de las metas del yo superior, con el valle y la montaña indicando los distintos estados del ser.
Tenemos así un elemento mental, la humanidad, que prepara la forma para la afluencia de la energía sutil traída por el Buda (representando a Shamballa). La actividad mental, meta de la actual quinta raza, se refleja por los diseños geométricos creados antes del contacto, los cuales constituyen un lenguaje simbólico profundamente cargado de significado.
La iluminación es ante todo un efecto mental, un estado de realización que surge de la unión entre la formalidad del intelecto y la intrepidez del corazón. En cierto sentido es buscada conscientemente, pero de poco sirven la lucha, el esfuerzo y el intelecto si no son acompañados por el amor de servir a la Vida Una, y allí vemos la necesidad de que la Jerarquía asista a la humanidad en ese contacto.
Asimismo, cada pequeño átomo de la mente preparada para el contacto con la luz está simbolizado por los discípulos e iniciados que participan del ritual. Como suele ocurrir, no toda la mente es utilizada en la meditación, y no toda la humanidad puede participar del Festival sino sólo quienes se encuentran preparados para ello.
El otro componente es naturalmente el corazón y, como decíamos antes, no es posible ascender más allá de un determinado estado de la conciencia si no se lo involucra en la reflexión. El amor, la horizontalidad, la fraternidad, el principio del compartir son las claves del proceso, porque expanden la mente y la conectan en toda su integridad, ampliando así la capacidad de servicio, y como gracia la iluminación. Analogía de ello es la presidencia por la Jerarquía del ritual de fusión realizado por los hombres, simbolizando al alma que guía a la personalidad hacia lo superior, y proveyendo a través del Cristo la palabra de poder que en el momento cúlmine de la invocación convoca al Buda.
Estamos entonces ante un gran acto de magia organizada planetaria, como gustaba de decir Vicente Beltrán Anglada, con una importancia fundamental para los siete reinos (o cuerpos individuales) porque involucra a la mente humana consciente, el gran medio de contacto entre lo superior y lo inferior en este período. La realización cíclica (una vez por año) nos sugiere que se trata de un acto de reflexión sintética, que reúne lo mejor de un pensamiento meditado y lo ofrenda amorosamente ante el Buda para que éste lo inunde de luz.
Como se ve, es la analogía a gran escala de la formación de un pensamiento, la meditación centrada en el corazón y la revelación de la luz.Se dice que el Buda es invocado gracias a la atracción magnética creada por el ritual, y eso nos habla de la imposibilidad de actuar si no existe previamente una conciencia grupal, la cual marcará la medida de la bendición. Nuevamente preparación, invocación, equilibrio y evocación, más la iluminación resultante.
Seamos parte entonces de esos ciclos espirituales de los que Wesak es hoy su máxima expresión, esos momentos en los que la humanidad como un todo es llamada a la reflexión y la vida interna. Que el silencio del contacto nos refresque en nuestra esencia, el fuego, y en la cercanía de la unión comprendamos el significado de la fraternidad y el destino común de todo lo viviente, claves de la Era de Acuario que estamos compartiendo.
Pero la vivencia no se acaba allí: Wesak no es un evento abstracto o meramente intelectual, ni sólo un relato interesante lleno de fórmulas complejas; es también una realidad de la conciencia, una fusión entre la mente y el corazón. Veamos algunas analogías que nos pueden iluminar al respecto, siempre considerándolas desde lo grupal y con énfasis en lo subjetivo.
Sabemos por la literatura religiosa y esotérica que, en Wesak, la Jerarquía de Maestros en pleno y Sus colaboradores llevan a cabo un gran acto de invocación de energía espiritual, culminando con la llegada del Buda y una bendición traída desde los planos superiores. La humanidad está representada por los discípulos, y cada persona que lleva una vida espiritual es llamada a ocupar su lugar. Se trata de un gran acto de invocación, a través del cual la Jerarquía facilita el contacto con la energía superior del Buda y produce una síntesis durante un breve instante, resultando en una iluminación cuyos efectos internos se extienden durante largo tiempo.
Existe una clave psicológica para interpretar lo anterior, esto es como el contacto entre la mente (humanidad), el alma (la Jerarquía) y la Mónada o fuego espiritual (el Buda), y su analogía no es sino un sencillo acto de meditación enfocado en el corazón al servicio de las metas del yo superior, con el valle y la montaña indicando los distintos estados del ser.
Tenemos así un elemento mental, la humanidad, que prepara la forma para la afluencia de la energía sutil traída por el Buda (representando a Shamballa). La actividad mental, meta de la actual quinta raza, se refleja por los diseños geométricos creados antes del contacto, los cuales constituyen un lenguaje simbólico profundamente cargado de significado.
La iluminación es ante todo un efecto mental, un estado de realización que surge de la unión entre la formalidad del intelecto y la intrepidez del corazón. En cierto sentido es buscada conscientemente, pero de poco sirven la lucha, el esfuerzo y el intelecto si no son acompañados por el amor de servir a la Vida Una, y allí vemos la necesidad de que la Jerarquía asista a la humanidad en ese contacto.
Asimismo, cada pequeño átomo de la mente preparada para el contacto con la luz está simbolizado por los discípulos e iniciados que participan del ritual. Como suele ocurrir, no toda la mente es utilizada en la meditación, y no toda la humanidad puede participar del Festival sino sólo quienes se encuentran preparados para ello.
El otro componente es naturalmente el corazón y, como decíamos antes, no es posible ascender más allá de un determinado estado de la conciencia si no se lo involucra en la reflexión. El amor, la horizontalidad, la fraternidad, el principio del compartir son las claves del proceso, porque expanden la mente y la conectan en toda su integridad, ampliando así la capacidad de servicio, y como gracia la iluminación. Analogía de ello es la presidencia por la Jerarquía del ritual de fusión realizado por los hombres, simbolizando al alma que guía a la personalidad hacia lo superior, y proveyendo a través del Cristo la palabra de poder que en el momento cúlmine de la invocación convoca al Buda.
Estamos entonces ante un gran acto de magia organizada planetaria, como gustaba de decir Vicente Beltrán Anglada, con una importancia fundamental para los siete reinos (o cuerpos individuales) porque involucra a la mente humana consciente, el gran medio de contacto entre lo superior y lo inferior en este período. La realización cíclica (una vez por año) nos sugiere que se trata de un acto de reflexión sintética, que reúne lo mejor de un pensamiento meditado y lo ofrenda amorosamente ante el Buda para que éste lo inunde de luz.
Como se ve, es la analogía a gran escala de la formación de un pensamiento, la meditación centrada en el corazón y la revelación de la luz.Se dice que el Buda es invocado gracias a la atracción magnética creada por el ritual, y eso nos habla de la imposibilidad de actuar si no existe previamente una conciencia grupal, la cual marcará la medida de la bendición. Nuevamente preparación, invocación, equilibrio y evocación, más la iluminación resultante.
Seamos parte entonces de esos ciclos espirituales de los que Wesak es hoy su máxima expresión, esos momentos en los que la humanidad como un todo es llamada a la reflexión y la vida interna. Que el silencio del contacto nos refresque en nuestra esencia, el fuego, y en la cercanía de la unión comprendamos el significado de la fraternidad y el destino común de todo lo viviente, claves de la Era de Acuario que estamos compartiendo.
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