21.12.09
Capricornio
Capricornio es el signo de la transfiguración, que constituye la meta máxima para la humanidad en la Era actual; por su intermedio nos llega ese tipo de energía que culmina nuestros esfuerzos en pos de la concreción de nuestros propósitos, sean de la índole que sean; es ese momento de “iluminación” en que se comprende el para qué de una forma cualquiera, y esto implica inmediatamente el cierre de un ciclo y por ende la abstracción de la vida de la forma.
Capricornio es uno de los signos de la muerte, exotéricamente entendida, ya que representa un proceso de abstracción de la vida hacia su fuente original y ello provoca el ocaso de la forma. En ese sentido es interesante anotar que en la simbología actual basada en el Zodíaco del hemisferio norte (que nos condiciona por su aceptación) este signo rige el invierno, que es precisamente cuando la vida aparentemente se halla más alejada de nosotros.
Es asimismo un signo de muerte porque por intermedio de sus energías se llega al fin de todas las cosas, se les da concreción en su punto más acabado y por ende se cumple con su propósito, sobreviniendo la muerte; es por ello que no nos sorprende que el signo sea agente del Séptimo Rayo (en niveles superiores Tercero y por último Primero). Recordemos su lema exotérico: “que rija la ambición y la puerta siga abierta de par en par”; es la nota del esfuerzo en pos de objetivos egoístas que conducen a un final común y masivo.
Ello nos da base para mencionar los regentes: exotérico y esotérico es Saturno, el planeta de los anillos o “círculo no se pasa” de la conciencia, que colabora con la Vida fijando a lo inferior los límites en la Ley de la Evolución impartida por lo Superior. Este planeta es el que exige disciplina, esfuerzo y actividad en la materia; es el planeta por el que conocemos nuestros límites y bajo el cual cumplimos la Ley del Karma. Cuando trabaja a nivel externo fortalece o endurece la personalidad, pero oportunamente la agota, o si se quiere la asfixia dentro de sus propios límites demasiado estrechos para la conciencia liberada.
Aquí comienza su labor como regente esotérico, ya que durante eones la personalidad permanece ciega ante el fenómeno de la muerte, de sí misma y también de sus metas egoístas, que se suceden unas a otras sin ofrecer frutos esencialmente sustanciosos. A esto puede llegarse de dos maneras distintas.
En primer lugar, gracias a la interrelación con otros signos (especialmente con Leo, muy vinculado a Capricornio) se manifiesta una mayor conciencia espiritual, con lo que los antiguos límites se revelan como demasiado estrechos y se invoca al Ser Superior para que provea de un nuevo sentido a la vida. Se pasa allí a la influencia de Sagitario, que es el signo que sigue en el progreso lento de la evolución.
Empero, si la persona se ajusta a las demandas de su ser interior y Saturno opera en su nivel esotérico no rige la Gran Ilusión y el progreso es hacia el servicio de Acuario, por lo que la conciencia aprovecha las energías del signo para conseguir una poderosa abstracción, que está simbolizada por el Tercer Rayo como segunda energía y por Saturno, también del Tercer Rayo de Inteligencia Activa. Esa energía recogida dinámicamente gracias a la comprensión iluminada es entonces vertida con inteligencia y con un delicado conocimiento del tiempo (o karma) a fin de ayudar a nuestros semejantes.
El último regente, el más poderoso, es Venus, que al estar en la cúspide del signo se halla íntimamente vinculado a la naturaleza de Capricornio, la Luz. Venus es asimismo el símbolo de los Ángeles Solares, que sacrificaron su elevada evolución espiritual a fin de encarnar en la Tierra y responder al llamado egoico de la humanidad. Esto se relaciona con el lema esotérico del signo: “estoy perdido en la luz suprema, sin embargo, a ella le doy la espalda”. Es la expresión de un particular estado de conciencia, la cumbre de la comprensión, cuando tras dejar atrás los límites de Saturno lo único que permanece es la luz de la identificación y es precisamente esa luz la que impele al ser a tornar su vista espiritual “hacia el reino del dolor” (regido por Saturno), de manera de actuar como colaborador consciente de la Voluntad de Dios, ya que como marcábamos el Primer Rayo rige al signo en su aspecto más elevado.
Se trata de un elevado estado de realización espiritual, en el cual se vislumbra la respuesta al misterio del bien y el mal y el llamado “pecado original”. Si asociamos el estado de identificación con el espacio y el pensamiento con el tiempo, es posible comprender por qué se suele afirmar que un iniciado se encuentra más allá del bien y del mal; una interpretación nos lleva a suponer que desde las alturas de su vivencia ha alcanzado a abarcar o aprehender ambos fenómenos como una unidad, ya que no existe separatividad en la conciencia de un iniciado. Y por su parte, al haberse podido elevar por encima de la vibración de su cuerpo mental llega a experimentar la liberación del karma, que se halla sutilmente ligado a la mente separativa. Simbólicamente hablando, podemos decir que Saturno (agente de la Ley del Karma) ya no lo rige, y en cambio inicia su ciclo de influencia la fraternidad dimanante de Venus.
No podemos cerrar estas reflexiones sin una mención especial a la experiencia de la cumbre, tan típica de Capricornio. Se trata de un período particularmente auspicioso para meditar acerca de la relación existente entre la luz, la iniciación y la muerte, para reflexionar a la luz de la conciencia cuál es la montaña que estamos escalando en la vida y con cuánto sincero esfuerzo lo estamos haciendo. En ese sentido es que cabría considerar todo momento de elevación, como el fin de un ciclo y el recogimiento en la luz superior, para retornar con la llama divina cargada de planes, comprensión y voluntad, tras esa brevísima muerte.
Es asimismo la reencarnación con una perspectiva más amplia, desde la cual todos los problemas de la vida mundana parecen más sencillos. Sencillez es una característica de la creciente influencia de Capricornio y por ende de la iniciación, ya que la alta vibración nos eleva y nos impide perdernos en la maraña de disputas cotidianas. Una lectura de ello la tenemos en el ascenso de Moisés al Monte Sinaí, quien recibió los Mandamientos y cuando se dispuso a aplicarlos a su pueblo halló a éste absorbido por la materia y adorándola como el becerro de oro.
Puede ser entonces un momento oportuno para realizar un balance, tal como exotéricamente suele hacerse, y realizar un esfuerzo que eleve nuestra vibración y nos haga llegar a la cúspide de nuestra conciencia, a fin de refrescar nuestros orígenes y nuestra misión en la vida, y poder así “encarnar” nuevamente con renovada inspiración en ofrenda a la humanidad y al mundo, sencillamente lo que en cada Navidad (esotéricamente en Getsemaní) nos recuerda el Cristo con su ejemplo.
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