LEO
La energía de Leo es la de la identidad espiritual, la del punto en un centro que abarca a todos los puntos. Es el fuego solar, el fuego del corazón, que otorga un apoyo “en el tiempo” para que el ser despliegue el Plan que lo inspira.
Ya hemos dicho en otra ocasión que el Sol rige a Leo, y que esto no sería así para otros reinos de la naturaleza; conciencia para el hombre es sensibilidad “despierta” al no yo, al menos en las primeras etapas, y es correcto que sea así: a fin de que el alma se desenvuelva en todo su potencial, es necesario un receptáculo conscientemente refinado y adaptado a su energía; el trabajo en la forma debe acompañar al del yo superior, y trabajo bajo Cáncer simboliza esa preparación previa.
En todo caso, la energía de Leo es la que permite ese maravilloso estado que es el de la percepción de sí mismo. Como dicen los libros, “todos los seres son, pero sólo el hombre sabe que es”. Para generar esta percepción individual es imprescindible la separación, que el ser tenga la capacidad para diferenciarse del resto, y esa energía viene aportada por el Quinto Rayo de Conocimiento Concreto (llamado en el Tratado de los Siete Rayos “La Espada Divisora”), que por esa razón se expresa mediante Leo. Esto puede o no manifestarse en los rayos de la persona; si no lo hace la energía puede que esté cumpliendo una función más interna, mas no por ello estará ausente.
A su vez, íntimamente vinculada a la separación está la afirmación del ser, que así como se percibe diferente se conoce como una potencia, como un ente generador de causas, como el amo de su propia vida. Esta es la energía del Primer Rayo de Voluntad o Poder, que también se expresa por medio de Leo. Es por ello que en cierto sentido la energía de Leo rige a los gobernantes del mundo, porque su actividad tiene mucho que ver con el ejercicio de la autoridad, que (dicho sea de paso) de acuerdo a los planteos más aceptados requiere el consentimiento del pueblo.
Valga una reflexión sobre la democracia y la representación: puede verse cómo la igualdad y la fraternidad, la comprensión y el respeto simbolizados por la democracia constituyen la base sobre la cual se erige un verdadero gobierno, que en cierto sentido es la cabeza de la sociedad y está constantemente recibiendo demandas de aquélla. Se aprecia aquí un juego de rayos: el 2º de Amor – Sabiduría está simbolizado por la democracia y sus cualidades de bondad y búsqueda horizontal de decisiones; siempre el 2º es la base del 1º, que sintetiza esa energía atraída hasta convertirla en un punto con sólo lo esencial.
En este caso, el gobierno es la síntesis de las deliberaciones del pueblo, y así como la autoridad espiritual se sustenta en el amor y la comprensión, así la democracia es la base espiritual de los cargos representativos de gobierno. Es por eso que El Tibetano, en El Destino de las Naciones, dice que la energía de la Jerarquía de Maestros se encuentra detrás de la democracia, y la de Shamballa, que es su síntesis, está detrás de las figuras del rey o el dictador.
En todo caso, el período influenciado por Leo es muy propicio para indagar interiormente acerca de los orígenes de la autoridad, de la convicción que mana de la verdad interior, del conocimiento de sí mismo. Otro factor ligado a esa condición la identidad espiritual: todo ser humano tiene un centro de conciencia, un punto a partir del cual se integra al mundo e interactúa con él. Al comienzo, ese centro es el Sol físico, desplegando energía de 2º rayo, y el ser cree que es el centro del universo, que todo depende y gira en torno a él.
A medida que avanza la evolución, se va tomando gradualmente conciencia de la interrelación con el mundo, pero aún se mantiene ese estado que en Astrología Esotérica se describe como “aquel que permanece solo”, es decir, la percepción del yo propio y el ajeno en las cuestiones diarias.
Lo interesante de esto es que lo anterior no sería el último peldaño en la evolución de la conciencia. A medida que el alma gana en control y revela su poder, se va pasando a la motivación espiritual, a la sensación del yo separado pero a la vez a la colaboración y entrega para los demás, lo cual pone en acción una energía opuesta. La identidad espiritual se mantiene, al tiempo que la fortaleza del yo aparece como el paso previo imprescindible para ulteriores expansiones de conciencia. Esto ocupa largo tiempo.
Sobreviene luego una condición en la que realmente se pueden entender las palabras
“Yo soy ése y ése soy yo”,
(lema esotérico del signo).
El sentido del yo de la personalidad vinculada al alma es muy particular: el discípulo no ve individuos, ve energía y Plan, ve la conciencia una y no las partes, la unidad que subyace en la diversidad de la forma; no cree ser uno, ES uno, respira unidad y así se expresa en los tres mundos, siendo por eso tan potentes y duraderos los efectos que produce; es la energía del Amor de Dios en acción. El creer que la unificación llegará por medio de una anulación del yo, o que se producirá una misteriosa fusión con las acciones de otros, es una deformación (y un peligro) en el sentido opuesto al que mencionaba.
En realidad, y como bien sabe quien ha recorrido el Sendero con sinceridad y dedicación a los demás, la conciencia no tiene una forma tan cerrada como la que conocemos. El sentido del yo se mantiene, a la vez que la energía que expresa se comparte, confluye activamente con la Gran Energía que es el Plan de Dios. Es la conciencia del Todo devenido punto; como dice Vicente Beltrán Anglada, “no es la gota en el mar, sino el mar en la gota”.
La creencia de que la conciencia ocupa un lugar es de por sí una ilusión de la mente humana, pero mucho mayor es la ilusión de creer que cada conciencia ocupa un lugar separado a la otra. Podría entenderse mejor lo dicho si se hace una analogía con la figura de un círculo concéntrico: a medida que se llega al centro, muchas vidas pasan a compartir un “espacio” común. Ese espacio común, ese vacío creador en el que se vive y sobre el cual se pasa a afirmar la conciencia es un conjunto de energías cuya forma mental es el Ashrama, y en el centro se encuentra el Sol Central Espiritual, simbolizado por el Maestro. En una escala menor, cada uno de nosotros es parte de esa conciencia grupal, y ello es la base oculta de la telepatía, si bien no tiene por qué funcionar tan explícitamente y suele manifestarse como inspiración, recepción de ideas, etc.
Esa conciencia común es la base espiritual del principio de fraternidad, que sólo puede entenderse si se lo considera desde el alma y no desde la materia, donde somos tan diferentes. Ello es también la razón por la cual el trabajo espiritual puede ser realizado en grupo, porque coincide la fuente de inspiración y es la misma energía la que nos atraviesa a todos; por la misma razón un discípulo puede llevar a cabo una parte del Plan y otro continuarla en el plano físico, por ejemplo; cada uno desde su estado de conciencia, y todos necesarios.
Otra reflexión que se extrae acerca de la regencia del Sol es sobre la unión con la conciencia ajena: a menudo se busca el acercamiento a través de la palabra, el convencimiento, el énfasis, etc. Aquí resulta útil observar al Sol, que por su gravedad, su concentración o su atención logra atraer a lo que le circunda. En tal sentido, podría decirse que una buena manera de acercarse a la conciencia de otro es profundizando en ese nivel antes que haciendo esfuerzos del yo; la atención basada en el amor, sobre uno mismo y sobre los demás, pero siempre teniendo en cuenta el destino común que es el de la unidad de la vida, es la manera más sencilla y profunda de llegar al otro.
Martin Dieser
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